Ayuntamiento de Fuenmayor

La actual Casa Parroquial, que acoge un amplio salón de actos en la planta baja, las dependencias parroquiales para catequesis y actividades parroquiales y la vivienda del párroco, ocupa la rehabilitada ermita de San  Martín, cedida por la congregación de las Hijas de La Cruz que ocupan el edificio contiguo.

Es la propia fundadora del convento la que nos cuenta la historia de este edificio:

“Aunque nacida en Zamora, yo, Petra Fernández de Bobadilla Grijalba, soy una fuenmayorense más, como mi madre y por eso mandé que aquí reposaran mis restos en una tumba sencilla como siempre quise que fuera mi vida.

Por eso me llena de orgullo pero también un poco de vergüenza que esta calle que siempre fue la de San Martín por estar en ella esta ermita dedicada a este santo muy vinculado al Camino de Santiago, lo que demuestra una vez más la tradición jacobea de nuestro pueblo, lleve Ahora mi nombre con el título de excelentísima señora que me impusieron por la alta jerarquía militar de mi marido, al que siempre seguí en su carrera militar por toda España, principalmente por tierras burgalesas.

Pero, ya en mi ancianidad, dediqué mi ilusión y mi fortuna en comprar la casa que está al lado de esta ermita y fundar en ella un convento que en 1917 doné a la congregación de las Hijas de La Cruz que vinieron desde su casa madre en Irún para dedicarse principalmente a la enseñanza.

Normalmente eran cinco las religiosas que atendían el Colegio, dedicado a la enseñanza especialmente de las niñas, que aprendían aquí a coser, a bordar, y a todo lo que se consideraba necesario para una jovencita de entonces.

La escuela ofrecía educación gratuita a los niños y niñas pobres, sobre todo niñas, ya que la mayoría de los chicos iban a la escuela nacional situada en el actual edificio del Ayuntamiento.

Con el tiempo esta escuela se especializó en lo que entonces se llamaba “párvulos” y así, generaciones de fuenmayorenses acudían a sus clases de los tres a los seis años, aprendiendo las primeras letras para pasar después a la escuela  “de los maestros”. Cuando en 1989 la escuela dejó de funcionar, se instaló aquí la guardería infantil.

Pero centrándonos en este señorial edificio construido en el siglo XVI como ermita que encontré abandonada en esos primeros años del siglo XX y que se había utilizado como baile e incluso como redil para guardar ganado. No en vano, los más viejos del lugar recuerdan el dicho que entonces se cantaba: “Ermita de San Martín, ermita sin santo dentro, que antes servías de baile, y ahora sirves de convento”.

Las religiosas se encargaron de volver a “vestir” la iglesia, y de devolverla al culto para sus oficios religiosos, y como no teníamos imagen de San Martín, pusimos en su retablo a dos santos que me recordaban a mi marido, uno por su nombre, San Claudio y el otro por su profesión, San Expédito, soldado romano y militar como el propio San Martín y como mi querido esposo.

En la década de los años setenta del pasado siglo, mis queridas monjitas donaron la ermita a la parroquia, que pasó a reformarse y a convertirse en  Casa Parroquial que, además de la vivienda del párroco, acoge un amplio salón de actos en la planta baja y las dependencias parroquiales para catequesis y actividades parroquiales.”

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